El hecho es que Jordan daba sus adiós definitivo de las canchas de la NBA. Durante las semanas previas, había recibido toda clase de reconocimientos, en su último partido en Madison Square Garden, en el homenaje de Pat Riley en Miami, retirando la # 23, a pesar que M.J. nunca jugó por el Heat y en su último juego en Washington, par de noches antes de la despedida.
El partido, que fue uno de los primeros transmitidos en alta definición en Estados Unidos, quedó sólo como una anécdota. Seguro muy pocos recuerdan que los Sixers ganaron aquel duelo, por 107-87, y su máximo anotador fue Allen Iverson, con 35 puntos. Y es posible, también, que muy pocos sepan que, en esa jornada, Jordan registró 15 unidades, cuatro rebotes y cuatro asistencias en 28 minutos disputados.
En verdad, eso no importaba. A falta de 2:20 para el final del juego, el director técnico de los Wizards, Doug Collins, ordenó una sustitución. Quien debía ir al banco era Jordan, y no iba a ingresar más a la pista. Los más de 21 mil espectadores presentes le brindaron una larga y calurosa ovación, mientras sus compañeros de equipo, así como también los jugadores de Philadelphia, lo despedían. Un tributo a la altura de la ocasión, a la altura de Michael.
Evidentemente, no era el mismo jugador que había encabezado a los Chicago Bulls en los seis campeonatos ganados en los 90's. Pero, de igual manera, fue un privilegio ver jugar a Jordan en esos años que estuvo con Washington. Siempre competitivo y con deseos de ganar, revolucionó el baloncesto y pasó a la historia como uno de los más grandes jugadores. Nunca está demás recordarlo, sobre todo, a diez años de su retiro definitivo.
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